El avance en el estudio de la genética de las poblaciones del pasado está siendo espectacular en las dos últimas décadas, no solo por la posibilidad de obtener ADN mitocondrial y nuclear de restos fósiles, sino por el estudio del ADN de grupos humanos originales no contaminadas por el mestizaje de la globalización. Este es el momento, porque muchas tribus que aún viven de la caza y la recolección desaparecerán muy pronto del planeta.
Las investigaciones son posibles gracias a la colaboración de equipos científicos, que comparten bases de datos extraordinarias. Es el caso del estudio del ADN de los aborígenes australianos. El estudio, recientemente publicado en la revista Nature (13 de octubre), está encabezado por los investigadores Anne-Sapfo Malaspino Michael C. Westaway, Craig Muller, Vitor C. Sousa, Oscar Lao, Isabel Alves y Anders Bergström, de diferentes instituciones europeas y australianas, que han contado con la colaboración de otros 68 investigadores. No quiero olvidar que uno de los líderes del equipo (Oscar Lao) trabaja en el Centro de Regulación Genómica y en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
Hasta el momento, solo se conocía bien el ADN de tres aborígenes australianos. El estudio publicado en Nature incluye datos de 83 individuos, distribuidos ampliamente por el continente, así como de 25 individuos de Papúa Nueva Guinea. Esta combinación se explica por razones paleogeográficas. Recordemos que durante la mayor parte del Pleistoceno Superior, las islas de Nueva Guinea, Tasmania y Australia estuvieron unidos formando el continente de Sahul. El descenso del nivel del mar en este período permitió la unión física de estos territorios. Para llegar a ellos desde Sunda (la unión de la mayoría de las islas de la actual Indonesia) era necesario salvar entre ocho y diez brazos de mar. Ya sabemos que la posibilidad de navegar tiene una larguísima tradición cultural en nuestra especie. La divergencia genética entre las poblaciones de Homo sapiens originales de Eurasia y los antiguos pobladores de Sahul sucedió hace entre 72.000 y 50.000 años. La estimación de estas fechas considera una tasa de mutación consensuada por los especialistas. Este rango de tiempo tan amplio sugiere que todavía queda mucho por investigar y confirma que la primera expansión de nuestra especie fuera de África fue tan antigua como se está sugiriendo tanto por los datos genéticos como por las evidencias arqueológicas y paleontológicas.
La divergencia podría estar más cerca de 70.000 que de 50.000 años, si se tiene en cuenta que los primeros habitante de Sahul llegaron a estas tierras hace entre 47.000 y 55.000 años. Más tarde llegaría la expansión y diversificación de los habitantes de este continente, antes de su aislamiento separación con el ascenso del nivel del mar en el Holoceno. Los aborígenes australianos se expandieron por el continente y quedaron aislados del resto del planeta hasta la colonización de los europeos en el siglo XVIII. Para entonces, los aborígenes australianos estaban repartidos por más de 7.500 millones de kilómetros cuadrados y hablaban nada menos que 250 lenguas diferentes.
El estudio del genoma de los aborígenes australianos refleja una historia compleja, que nos retrotrae a la primera expansión de los miembros de nuestra especie fuera de África. Se comprueba una vez más nuestro mestizaje con los neandertales durante el largo viaje hacia Asia y Australia, pero también con otras poblaciones del Pleistoceno. Este hecho vuelve a poner en el candelero la necesidad de distinguir entre los conceptos biológico y paleontológico de especie. Compartimos un ancestro común con los neandertales y, a su vez, ellos y nosotros procedemos de alguna población que podríamos incluir en Homo erectus. La distancia temporal hasta esa población ancestral puede llegar sin problemas hasta hace un millón de años, como indican los datos paleontológicos. Y ese tiempo parece que no fue suficiente como para impedir el mestizaje con descendencia fértil. Por supuesto, los genes de aquellos ancestros quedaron diluidos en el genoma actual. Pero algunos de los rasgos “primitivos” de nuestros antepasados forman parte de la variabilidad de las poblaciones actuales.
Desde finales del siglo XVIII el genoma de los aborígenes australianos recibió el impacto de la colonización europea. Además, los primeros australianos tuvieron que adaptarse a las condiciones de un continente de clima cambiante. Aún así, el estudio de su ADN permite conocer el apasionante viaje de nuestros ancestros desde África y conocer mucho sobre las características originales de aquellos primeros “sapiens” de los que todos procedemos.
José María Bermúdez de Castro
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