La cueva de Jerimalai se localiza en el extremo norte la isla de Timor. El yacimiento que rellena la cueva ha sido fuente de hallazgos muy importantes en los últimos años. La isla de Timor representa uno de los “puentes” del Pleistoceno Superior entre los continentes de Sunda (formado por la mayoría de las islas de Indonesia) y Sahul (Australia, Tasmania y Nueva Guinea) cuando el nivel del mar llegó a descender más de 100 metros durante las épocas glaciares más frías. La isla de Timor fue uno de los pasos obligados entre Sunda y Sahul para los miembros de nuestra especie. El mar de Timor separa las costas de esta isla de la costa norte de Australia. Tiene cerca de 400 millas marinas y su profundidad máxima supera los 3.000 metros. Es por ello que nuestros antepasados tuvieron que conocer perfectamente métodos relativamente complejos para la navegación en épocas tan remotas para colonizar Australia hace 50.000 años.
En 2011, la revista Science publicó un artículo liderado por Sue O´Connor (Universidad Nacional de Australia), en el que se describía el registro arqueológico del yacimiento de Jerimalai. Se clasificaron hasta 22 especies de peces pelágicos, destacando sobre todo los restos de atunes. También se localizaron anzuelos fabricados a partir de conchas de moluscos, de unos 20.000 años de antigüedad, que explicaban la capacidad de los antiguos miembros de nuestra especie para pescar en alta mar. Aunque en yacimientos de especies como el Homo erectus o el Homo ergaster no se encuentren restos fósiles de peces, estoy convencido de que la pesca pudo formar parte del repertorio cultural de estas especies. Ya sabemos que el registro arqueológico tiene sus limitaciones y solo podemos trabajar con las evidencias. Así que nos quedaremos en el terreno de la especulación, aún sabiendo que el consumo de pescado es esencial en la construcción de un cerebro tan desarrollado como el de las especies del género Homo.
Volviendo a la isla de Timor y al yacimiento de Jerimalai, los expertos de la Universidad Nacional de Australia han vuelto a publicar hallazgos sorprendentes. Michelle Langley y sus colegas nos explican en la revista Journal of Human Evolution el descubrimiento de conchas del género Nautilus, trabajadas, perforadas y pintadas con el objetivo de constituir algún tipo de ornamento corporal. La pintura está muy deteriorada, pero se conservan restos de pigmento rojo, basado en ocre (óxidos de hierro) posiblemente emulsionados con algún tipo de resina.
Ya no sorprende el hecho de que nuestros antepasados se adornaran el cuerpo hace más de 50.000 años, como lo hicieron los neandertales. Se conocen muchas evidencias de la capacidad simbólica de los adornos corporales en el Pleistoceno Superior. El caso que nos ocupa es interesante, por la rareza de adornos realizados a partir de una especie endémica de gran belleza ornamental por su concha anacarada. Pero lo más sorprendente, sin duda, es la capacidad de las antiguas poblaciones de nuestra especie para navegar en alta mar. La captura de miembros del género Nautilus, un molusco pelágico, precisa artilugios para su captura a más de 200 metros de profundidad.
Por cierto, resulta sorprendente que sus vecinos de la isla de Flores, con los que pudieron tener contacto (dada la proximidad de las dos islas), tuvieran un cerebro tan pequeños y hayan sido catalogados como una especie diferente a la nuestra.
José María Bermúdez de Castro
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