La interpretación de los fósiles humanos del yacimiento de Sangiran, en la isla de Java, ha sido desde siempre muy compleja y apasionante. La diversidad de opiniones sobre estos fósiles ha quedado registrada en multitud de artículos científicos, desde que el investigador Gustav H.R. von Koenigsvald presentó sus hallazgos en los años 1930s. La excavación en la colina de Sangiran se interrumpió durante la segunda guerra mundial y pasó mucho tiempo hasta que pudieron reanudarse las excavaciones. En 1996 la UNESCO incluyó este yacimiento entre los bienes del patrimonio de la humanidad.
Uno de los problemas más importantes de este lugar ha sido la determinación de su cronología. Este hecho nos resulta familiar a todos los que trabajamos en yacimientos. Los métodos de datación han ido mejorando desde mediados del siglo XX, pero los problemas para conseguir fechas fiables dependen de muchos factores. La geocronología es un ámbito de la ciencia en continuo progreso. Muchos piensan que tan solo se trata de tener buenos equipamientos para determinar la antigüedad de los yacimientos mediante métodos como la termoluminiscencia, ESR, núclidos cosmogénicos, etc. Nada más lejos de la realidad. El talento de los científicos es la mejor “herramienta” para conseguir resultados. Además, los prejuicios y los paradigmas de una época determinada pueden forzar los resultados de las analíticas, hasta que los buenos especialistas hacen valer sus resultados.
Ese último problema causó no pocas incertidumbres en la interpretación de los fósiles de Sangiran. Este yacimiento está formado por varias capas geológicas superpuestas de manera inclinada. No es sencillo situar en el espacio estas capas, que han quedado expuestas tras la erosión de la colina original. Las capas más antiguas con fósiles fueron fechadas de finales del Pleistoceno Inferior (unos 900.000 años), asumiendo que la primera expansión de los homininos fuera de África había sucedido hace un millón de años. La morfología de las mandíbulas encontradas por von Koenigsvald no cuadraba con esta cronología. Su estudio siempre llevaba a los paleoantropólogos a conclusiones contradictorias. El aspecto tan arcaico de algunos fósiles era comparable al de los australopitecos. El propio von Koenigsvald asignó una de las mandíbulas, Sangiran 6, al género Meganthropus, mientras que otros investigadores llegaron a proponer que esta mandíbula perteneció a un tipo de orangután extinguido. Esta última conclusión ha lastrado la investigaciones de otros yacimientos de Indonesia e incluso de China.
Para entender el registro de Sangiran y el de otros yacimientos de Indonesia tenemos que considerar dos aspectos esenciales. El primero es la cronología. Cuando se supo que los primeros eurasiáticos podían tener un mínimo de 1,8 millones de años (yacimiento de Dmanisi, República de Georgia) los expertos respiraron aliviados. Quizá los fósiles de Sangiran eran más antiguos de lo que se había pensado. Así fue como fueron llegando uno tras otro nuevos estudios de la geocronología de la colina de Sangiran. La mejora de los métodos, la profesionalidad de los científicos y el nuevo paradigma sobre la colonización de Eurasia obraron un “milagro”. Los fósiles de Sangiran se envejecieron hasta 1,5 millones de años. Otros yacimientos de la isla llegaron incluso hasta cifras similares a las del yacimiento de Dmanisi. Los expertos se dieron cuenta de que habían estado dando vueltas a un problema, que se resolvía en parte mediante la nueva cronología.
Por descontado, todavía quedaron cuestiones sin resolver. Las primeras poblaciones que salieron de África pudieron llegar en un tiempo relativamente breve a regiones tropicales y subtropicales de Eurasia sin necesidad de adaptaciones a un clima muy diferente al de las regiones de las que procedían. Pero no debemos olvidar que estas poblaciones se alejaron de su fuente original y quedaron aisladas durante muchos miles de años. La variabilidad que se observa en los restos fósiles de Java puede ser consecuencia de ese aislamiento. Por último, no se nos pasa por alto que en el yacimiento de Dmanisi también se observa una notable variabilidad. Algunos hemos interpretado esa variabilidad como la evidencia de que Eurasia fue colonizada por especies o subespecies distintas. Si esta hipótesis se mantiene con nuevas evidencias, la variabilidad de Sangiran y de otros yacimientos del Pleistoceno Inferior del Sudeste de Asia podría entenderse como la migración hacia el este de grupos de homininos distintos. Mi opinión es que el debate del registro humano de Java y de Sangiran en particular seguirá abierto durante muchos años.
José María Bermudez de Castro
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