El pasado 20 de diciembre se publicó en este mismo blog el estudio del contenido del sarro de los dientes de la mandíbula ATE9-1 (Homo sp.) del yacimiento de la cueva Sima del Elefante de la sierra de Atapuerca, conservado durante 1.200.000 años. Ese estudio reveló la presencia de restos de ciertos alimentos, que rara vez pueden detectarse en el registro arqueológico. La ingesta de vegetales o de insectos por nuestros ancestros es sencillo de imaginar, pero muy difícil de probar con datos.
Un nuevo estudio de los dientes de esta mandíbula, así como de los dientes de Homo antecessor del vecino yacimiento de Gran Dolina (840.000 años), ha ofrecido información diferente y muy interesante sobre la dieta y el modo de vida de los primeros humanos del Pleistoceno Inferior de Europa. El estudio se ha publicado esta semana en la revista Scientific Reports, liderado por Alejandro Pérez-Pérez, de la Universidad de Barcelona y miembro del Equipo Investigador de Atapuerca (EIA) durante un cierto tiempo, así como por Marina Lozano, investigadora del IPHES (Tarragona) y miembro del EIA desde hace más de 20 años.
Hace algunos años el investigador Pierre-François Puech puso de moda un método revolucionario para determinar si la dieta de nuestros antepasados era esencialmente carnívora o vegetariana. Su método se basaba en observar bajo microscopios tradicionales y electrónicos la densidad, longitud y dirección de las marcas que los alimentos dejan en el esmalte de las caras vestibulares (externas) de los premolares y molares, cuando estos no están limpios y se consumen crudos. Durante algún tiempo se debatió sobre los resultados de Puech y algunos investigadores, como el propio Alejandro Pérez-Pérez siguieron y mejoraron el método del investigador francés. Alejandro reunió una impresionante cantidad de datos sobre los patrones de desgaste, número de estrías, inclinación, longitud, etc., de la gran mayoría de fósiles de África y Eurasia. Quizá la relación entre el patrón de las marcas y el consumo preferente de carne o vegetales no estaba tan claro. Al fin y al cabo siempre hemos sido omnívoros. Pero sus estudios revelaron diferencias significativas entre especies y poblaciones, que podían tener relación, ente otros factores, con la consistencia de los alimentos ingeridos.
Gracias a esa base de datos tan completa, la información de los humanos de Gran Dolina y de la Sima del Elefante-TE9 ha podido ser comparada con la mayoría de las especies del género Homo. Aunque la mandíbula de la Sima de Elefante puede que no pertenezca a la especie Homo antecessor, el patrón de estrías y otras marcas dejadas por los alimentos en sus dientes son prácticamente idénticas a los de esta especie. Ese patrón, además, se diferencia muy claramente del observado en Homo ergaster, Homo heidelbergensis y Homo neanderthalensis. Los resultados me parecen sorprendentes, porque todas especies fueron omnívoras. La carne procedía de diferentes especies, pero este dato no es relevante. El tipo de alimentos de origen vegetal y su consistencia pudo ser el factor determinante de estas diferencias.
No podemos olvidar, por ejemplo, que los neandertales y sus ancestros del Pleistoceno Medio pudieron mejorar la calidad y de sus alimentos gracias al uso del fuego. El uso de hogueras para tostar o asar los alimentos no solo facilitaba si digestibilidad, sino que contribuía a su limpieza y un menor tiempo de masticación. Aunque se nos antoje una idea extraña para los consumidores del siglo XXI, la comida de nuestros antepasados no se limpiaba y contendría partículas minerales susceptibles de arañar el esmalte. Si añadimos que las plantas también contienen una serie de partículas minerales, conocidos como fitolitos, tenemos un escenario muy favorable para que los dientes de los humanos del Pleistoceno Inferior de Europa se gastaran con enorme rapidez y su esmalte quedase marcado con un patrón muy denso de estrías y pequeñas roturas de la capa de esmalte.
Los resultados de este último trabajo sobre los humanos de Atapuerca no son capaces de discernir sobre el menú de los primeros europeos, pero nos hablan de las dificultades para sobrevivir en un ambiente marcado por la estacionalidad del hemisferio norte y la carencia del dominio del fuego. A pesar de esas dificultades, los humanos de entonces siempre estuvieron bien alimentados, como demuestra la perfecta formación del esmalte de los dientes durante el crecimiento. La densidad de las poblaciones casi siempre estuvo acorde con el alimento disponible
José María Bermúdez de Castro
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