El estudio de los chimpancés es crucial para entender nuestra evolución. Es por ello que existen muchos expertos dedicados a su investigación y la mejor razón para protegerlos y no olvidarnos de ellos. Brian M. Wood y otros colegas de diferentes universidades y centros de investigación de los Estados Unidos, acaban de publicar en la revista Journal of Human Evolution un estudio demográfico muy revelador. Su trabajo se ha centrado en la comunidad de la subespecie Pan troglodytes schweinfurthii que habita en la reserva de Ngogo del Parque Nacional de Kibale, en Uganda.
Wood y sus colegas han tomado pacientemente datos de esta comunidad entre 1995 y 2016, monitorizando los nacimientos, muertes, inmigraciones y emigraciones desde/hacia otras comunidades, han estimado las curvas de supervivencia y mortalidad o la esperanza al nacimiento y en todas las edades. Ya sabemos que la esperanza de vida a una determinada edad se define como el promedio de años que se espera que vivan los individuos de una población a partir de esa edad, considerando las defunciones que se van produciendo. La esperanza de vida al nacimiento puede ser muy baja si la mortalidad en los primeros años de vida es muy alta. En las sociedades humanas desarrolladas la esperanza de vida al nacimiento es muy elevada, precisamente porque la mortalidad infantil es baja y muchos individuos llegan a vivir entre 90 y 100 años. En las sociedades de cazadores y recolectores, como los bosquimanos, la mortalidad infantil es muy alta y el rango del promedio de la esperanza de vida al nacimiento se sitúa entre los 27 y los 37 años, aunque algunos individuos puedan alcanzar una longevidad de más de 70 años.
En los chimpancés no es sencillo superar los 50 años. Por ejemplo, en la comunidad de Ngogo Wood y sus colegas iniciaron sus estimaciones con un censo de 166 individuos. Tan solo 17 llegaron a superar los 50 años y la máxima edad alcanzada fue de 66 años. Recientemente se ha citado el caso de una hembra de chimpancés que logró vivir hasta los 78 años. Podemos comparar esta cifra con los registros de la humanidad, en los que algunas personas pueden llegar a vivir entre 110 y 120 años.
Los datos demográficos obtenidos por Wood y sus colegas en la reserva de Ngogo fueron sensiblemente mejores que los obtenidos en otros estudios. La esperanza de vida al nacimiento conjunta de machos y hembras fue de 32,8 años, siendo significativamente mayor en las hembras (35,8 años), que en los machos (29,6 años). Podemos comparar estos datos con los de las poblaciones humanas de cazadores y recolectores y darnos cuenta de que no existen diferencias entre ellos y los chimpancés. Asimismo, los datos de Ngogo fueron notablemente mejores que los de estudios previos en otras comunidades, como las de Bossou (República de Guinea), Gombe y Mahala (Tanzania), Kanyawara (Uganda) y Taï (Costa de Marfil) ¿Cuál es el secreto para unos valores tan buenos en Ngogo?
La primera hipótesis que se plantearon Wood y sus colegas para explicar estos datos es la ausencia de predadores en el parque nacional de Kibale. Sin duda es una buena razón. No obstante, en la región de Uganda donde vive la comunidad de chimpancés de Kanyawara tampoco existen predadores. La esperanza de vida al nacimiento de esta comunidad es significativamente menor que la Ngogo. Otros datos son incluso más elocuentes. En la comunidad de Taï, en Costa de Marfil, la edad máxima registrada para un chimpancé hasta la fecha ha sido de 46 años. Tras una investigación muy rigurosa y pormenorizada, los autores de esta larga investigación llegan a la conclusión de que la esperanza de vida de los chimpancés de Ngogo está favorecida tanto por la existencia de recursos abundantes, como por la falta de interferencia con la población humana de la región. En otras palabras, nosotros somos los peores enemigos de los chimpancés, un hecho que no puede sorprender a nadie. Sin la interferencia humana, los chimpancés no estarían en peligro de extinción.
La mortalidad en la comunidad de Ngogo se debe a problemas obstétricos, enfermedades respiratorias o senescencia, entre otras causas. Pero la mayor fuente de mortalidad proviene de las agresiones, que incluyen el infanticidio. La menor esperanza de vida al nacimiento de los machos con respecto a las hembras se explica de esa manera. Aunque algunos primatólogos han propuesto que tenemos una relación filogenética más estrecha con los bonobos, las evidencias relacionadas con el comportamiento no apoyan esta hipótesis. Todo apunta a que hemos mantenido la misma conducta agresiva que Pan troglodytes, muy diferente al modelo de Pan paniscus, basado en el “haz el amor y no la guerra”. Los bonobos podrían ser una rama lateral de la genealogía de los chimpancés, de la que poco sabemos por falta de fósiles. A pesar de que nos separamos de esa genealogía hace al menos seis millones de años, un buen número de caracteres han permanecido casi inalterados. Por desgracia, compartimos con los “troglodites” una buena dosis de agresividad, que solo podemos aminorar gracias al amparo de las leyes.
José María Bermúdez de Castro
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