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Sobre la sexualidad de nuestros ancestros

He tenido ocasión de leer algunos textos sobre el sexo en la prehistoria. Aunque su lectura promete información, los datos presentados se centran únicamente en los últimos milenios de nuestra especie. La conjunción del simbolismo y la socialización del arte mueble llevó a la representación en dos o tres dimensiones del sexo explícito en Homo sapiens. Sin embargo, el desconocimiento de la sexualidad en la mayor parte de la evolución de la genealogía humana es un hecho. Cuanto podamos contar sobre un tema tan importante para nuestra evolución se basa en lo que sabemos sobre otros primates, la lógica y una buena dosis de especulación. No disponemos de artilugios que nos transporten al pasado para ser testigos de los hechos cotidianos de los ardipitecos, los australopitecos o los individuos de Homo habilis.

Macho y hembra de Australopithecus afarensis. Fuente: portalciencia.net

 

Nuestro mejor modelo para acercarnos a esta cuestión son los chimpancés. Pero, ¿cuál de las dos especies, Pan paniscus o Pan troglodytes? Me hubiera gustado apostar por la primera de ellas, los bonobos: pacifistas y muy inteligentes. Ya sabemos que resuelven sus conflictos mediante el sexo. Pero los expertos sugieren una mayor proximidad filogenética con el chimpancé común, Pan troglodytes, no menos inteligente pero proclive a una cierta violencia en muchas de sus acciones. Los genetistas sugieren que nos separamos de esta especie hace unos siete millones de años. Esa divergencia ha resultado en diferencias genómicas, que se cifran en un 1%.

 

Nuestras distinciones en el aspecto físico son evidentes (postura, cerebro, anatomía de las manos, etc.). Pero cuando eliminamos la pátina de la cultura de Homo sapiens aparecen de manera muy nítida ciertos aspectos del comportamiento, que posiblemente han cambiado muy poco en estos últimos siete millones de años: territorialidad, jerarquía, tribalidad……. Si nos centramos en el sexo, es evidente que nuestra mayor inteligencia nos ha llevado a una sofisticación de las prácticas sexuales. Pero todavía conservamos un modelo básico compartido con los chimpancés comunes.

 

En los grupos de Pan troglodytes destaca el macho alfa sobre los machos beta. Es el jefe y responsable de la mayoría de las acciones del grupo. Su marcado carácter autoritario le lleva a copular de manera activa con las hembras. Sin embargo, no tiene la exclusividad como sucede con los gorilas. La promiscuidad forma parte del comportamiento sexual de esta especie. Puesto que los machos de los grupos de Pan troglodytes están emparentados, no suelen aparecer disputas por cuestiones de sexo. En este aspecto, los humanos de las sociedades actuales desarrolladas hemos cambiado de manera ostensible, aunque no sabemos en qué medida han podido influir los aspectos culturales.

 

Una evidencia muy clara sobre el modelo sexual de los chimpancés comunes reside en el tamaño de sus testículos y, por tanto, en la cantidad de esperma que producen. Si los espermatozoides de los machos de Pan troglodytes han de competir para llegar a los óvulos de las hembras receptivas, unos testículos de buen tamaño parecen muy oportunos. Los testículos de Pan troglodytes son cuatro veces más grandes que los de los gorilas, cuyos machos dominantes (hasta 200 kilogramos de peso) tienen asegurada la paternidad, y duplican el volumen de nuestros testículos. Esta es otra señal inequívoca de que nosotros competimos en menor medida por dejar descendientes para la siguiente generación. Algo ha cambiado en estos últimos siete millones de años.

 

Si, como se asume de manera general, los chimpancés han cambiado muy poco en un ambiente siempre muy constante, nuestros ancestros del Plioceno pudieron tener un modelo sexual muy similar al de los chimpancés. Los cambios en la sexualidad humana han podido suceder en tiempos relativamente recientes y la mayoría relacionados con la cultura. Queda, no obstante, un detalle de interés. Los chimpancés son cuadrúpedos y todos nuestros ancestros han sido bípedos. Este cambio en la locomoción ha implicado cambios anatómicos sustanciales, que han interesado en gran medida a la pelvis y a la disposición de los órganos internos que albergan el tórax y el abdomen.

 

Aunque no podamos hacer ese viaje en el tiempo, lo cierto es que los australopitecos, los habilinos y todas las especies de nuestra genealogía tuvieron la posibilidad de copular frente a frente, seguramente adoptando con mucha frecuencia la llamada “postura del misionero”. Las implicaciones sociales y de relación personal entre machos y hembras en estas circunstancias dan mucho juego a la reflexión.

 

José María Bermúdez de Castro

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