El cráneo de Ceprano (Italia) es uno de los ejemplares fósiles más estudiados del Pleistoceno de Europa. No es por casualidad ni por un capricho de los científicos que se encargan de su investigación. La morfología de este cráneo, al que le falta la cara, es un verdadero “expediente X”. El cráneo es grande, aunque no necesariamente albergó un cerebro de notables dimensiones. El hueso que conforma este cráneo es extremadamente grueso, ocupando una parte significativa de su interior. La morfología del cráneo de Ceprano es primitiva y en 1994 fue atribuido a un Homo erectus europeo. Fue encontrado roto en varios fragmentos entre los sedimentos de la cuneta de una carretera en construcción, así que todo el mundo dio por hecho que el cráneo había sido transportado desde otro lugar cercano. El estudio geológico de la región y la presencia de un yacimiento arqueológico próximo llevaron a sus descubridores a considerar que el cráneo tenía un mínimo de 900.000 años de antigüedad.
Esa cifra era acorde a la morfología del cráneo. En 2001 el investigador Giorgio Manzi incluyó en la especie Homo antecessor. Puesto que los restos de esta última especie tienen aproximadamente 850.000 años, todo parecía encajar. Pero llegaron nuevas dataciones del sedimento adherido al cráneo y las cifras nos dejaron descolocados. El cráneo podía tener, como mucho, unos 400.000 años de antigüedad y serían, por tanto, contemporáneos con los humanos de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca. Las diferencias entre el cráneo de Ceprano y los cráneos de este yacimiento burgalés son abrumadoras, por lo que no todo el mundo estuvo de acuerdo con la nueva datación.
Un nuevo estudio, esta vez liderado por Francesco Mallegni, atribuyó el cráneo a la especie Homo cepranensis. Por su parte, Giorgio Manzi volvió a revisar este ejemplar a raíz de su datación más reciente e incluyó el cráneo en la especie Homo heidelbergensis. Más bien parece que estos cambios son un tanto caprichosos, ligado a intereses particulares y a la “moda científica” de cada momento. Este vaivén de nomenclaturas me parece poco serio, porque la ciencia no es una cuestión de modas sino de hechos y evidencias.
Giorgio Manzi ha vuelto a participar en un nuevo estudio, liderado por Fabio Di Vincenzo y publicado a finales de octubre de este año en la revista Scientific Reports. La tecnología digital ha sido un revulsivo en muchos ámbitos de la ciencia y la evolución humana no ha quedado al margen. No es la primera vez que un fósil humano roto en varios pedazos se reconstruye en la pantalla de un ordenador. Es así como se han vuelto a encajar uno a uno los trozos del cráneo de Ceprano. La morfología resultante no es muy diferente de la realizada a mano por los expertos de finales del siglo XX, pero ha probado que el cráneo sufrió varias deformaciones durante el tiempo que permaneció enterrado.
Las deformaciones de los huesos se producen cuando todavía son ricos en colágeno y tienen, por tanto, una cierta plasticidad. Es por ello que los autores de esta investigación concluyen que el cráneo de Ceprano se encontró en el mismo lugar donde fue localizado (posición primaria). En ese lugar se habría deformado y más tarde se había roto en varios pedazos por la presión de los sedimentos acumulados. Durante más de una década se pensó que el cráneo procedía de otro lugar (posición secundaria), alimentando así la idea de que podía ser muy antiguo. Pero parece poco probable que los diferentes fragmentos del cráneo se movieran al unísono, para llegar hasta el lugar donde fue hallado. Si es así, la datación obtenida a partir de los sedimentos adheridos tendría fiabilidad y el cráneo ciertamente perteneció a un ser humano que vivió en Europa hace unos 400.000 años.
A pesar de los intentos de Giorgio Manzi por convencernos de que este cráneo tiene un aspecto similar al de otros ejemplares de esa misma época, su morfología primitiva sigue ahí, retándonos a buscar escenarios más complejos y alternativos a la hipótesis más conservadora de una evolución lineal en Europa durante el Pleistoceno Medio. La posibilidad de que en Europa coexistieran varios linajes evolutivos (no especies) diferentes durante ese período cobra cada día más fuerza. A pesar de que Europa no es un territorio enorme, su fisiografía es muy compleja y proclive al aislamiento prolongado de poblaciones de baja densidad demográfica. En estas circunstancias, la deriva genética habría tenido un papel muy relevante en el aspecto físico de esas poblaciones.
José María Bermúdez de Castro
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