El 29 abril de 2014 publiqué un post en este mismo blog sobre los aborígenes de las islas Canarias. Ha pasado ya una eternidad desde que realicé mi tesis doctoral sobre la antropología de esta población, que vivió en las islas del archipiélago al menos desde el siglo V a.c. He de admitir que mi primera idea hubiera sido realizar una tesis sobre restos fósiles del Pleistoceno. En 1979 apenas se contaba en la península ibérica con un puñado de fósiles de ese período, por lo que mi directora de tesis (la Dra. Pilar Julia Pérez) me recomendó el estudio de la población prehistórica de las islas Canarias. Ella misma había incluido una muestra de esta población en su tesis sobre enfermedades del pasado.
A medida que me adentré en la lectura de las escasas publicaciones que versaban sobre los aborígenes de las islas Canarias y tuve ocasión de visitar por primera vez las islas de Gran Canaria y Tenerife, tengo que confesar la pasión que me causó todo lo relacionado con la prehistoria y la historia del archipiélago. Guardo recuerdos gratísimos e imborrables de mis estancias en las islas, a las que regreso siempre que puedo.
La primera colonización de las islas Canarias sigue siendo un misterio, a pesar de las investigaciones sistemáticas de muchos expertos. Los museos de Canarias nos muestran un rico repertorio de objetos recuperados de muchos yacimientos. Todos ellos y las inscripciones observadas en diferentes localizaciones de las islas apuntan hacia su origen en el norte de África, y a una estrecha relación con el mundo bereber. Sin embargo, la ausencia de datos que certifiquen conocimientos de navegación en el registro arqueológico envuelve en un manto de misterio la forma en la que los primeros habitantes de Canarias llegaron a las islas. Su forma de vida sencilla, dedicada al pastoreo y a la agricultura, no muestra rastros del interés de aquellas gentes por el océano que les rodeaba por todas partes.
La segunda vez que escribo sobre este tema viene a cuento de una investigación recién publicada en la revista Current Biology, liderada por Ricardo Rodríguez-Varela (Universidad de Estocolmo), acerca de datos genéticos de varios restos de esqueletos de aborígenes de Gran Canaria y Tenerife. Antes de describir los resultados de este trabajo, me sorprende que los autores conozcan solo de manera muy somera la problemática de la historia del archipiélago. Las muestras para la obtención de material genético proceden de restos humanos de Gran Canaria y de Tenerife, que refieren como pertenecientes a la población guanche. Los expertos en la historia de las islas saben bien que los habitantes de las diferentes islas formaron parte de grupos tribales distintos. Los guanches habitaron en Tenerife y La Gomera, los canarios en Gran Canaria, los majoreros en Fuerteventura y Lanzarote, los bimbaches en El Hierro, y los auritas en La Palma. No es un tema menor, porque tanto la antropología física como el primer estudio genético (que fue tema de una tesis doctoral a la que me invitaron a participar como miembro del tribunal) nos muestran algunas diferencias entre unos y otros, que han sido interpretadas con hipótesis alternativas.
Las investigaciones de Rodríguez-Varela y sus colegas comparan sus resultados con los de otras poblaciones europeas, del norte y este de África. En ese contexto tan amplio las muestras de Tenerife y Gran Canaria se agrupan de manera muy estrecha. Sus diferencias quedan minimizadas cuando en la comparación entran grupos humanos separados por miles de kilómetros. No obstante, sus resultados también sugieren algunas diferencias entre los individuos de Gran Canaria y los de Tenerife. Todos ellos, sin embargo, se agrupan estrechamente junto a las poblaciones autóctonas del norte de África (Túnez, Argelia y bereberes del Sahara, entre otros), a la vez que se separan de los grupos humanos de Europa o del sureste de Asia. Llama la atención que en la muestra de Canarias la mayoría de los individuos analizados fueran intolerantes a la lactosa, cuando los productos derivados del pastoreo de las ovejas y cabras constituyeron una de las bases de su alimentación. El análisis genético también muestra un predominio de la piel morena y los ojos marrones. Por último, y no menos importante, los resultados de Rodríguez-Varela y colaboradores nos confirma lo que la antropóloga alemana Ilse Schwidetzky nos mostró hace ya varias décadas: la población actual de las islas Canarias sigue conservando un porcentaje de su genoma muy significativo, heredado de la antigua población aborigen. Los resultados de Rodríguez-Varela y colaboradores cifran ese porcentaje entre el 16 y el 31%.
Las investigaciones sobre la paleogenética de los antiguos habitantes de Canarias tendrían que incentivarse y sistematizarse, para conocer mejor la dinámica del poblamiento del archipiélago. No tendría que quedarse solo en un trabajo anecdótico de las investigaciones en este ámbito tan prolífico.
José María Bermúdez de Castro
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