Es muy posible que Carlos Linneo (Carl Nilsson Linnæus, 1707-1778) tuviera grandes contradicciones personales cuando clasificó a los seres humanos en la especie Homo sapiens (1758), producto de su formación científica y de sus creencias religiosas. Linneo asumió el reto de clasificar a los seres vivos que el mismo llegó a conocer y de los que tenían referencias por otros. La dificultad para viajar a tierras lejanas no le impidió clasificar miles de especies de plantas y animales. Su motivación: la curiosidad insaciable de la mayoría de los seres humanos. Sus métodos de trabajo: ideados por el mismo. Sus límites: el dogma de la creación divina. Había de clasificar todos los seres creados por Dios, de manera individual e inconfundible. Cada especie tendría caracteres exclusivos e inmutables, cuya identificación requerían el trabajo de toda una vida. Y así fue.
Carlos Linneo dedicó la mayor parte de su trabajo a esa identificación, plasmada fundamentalmente en su conocida obra “Systema naturae, sive regna tria naturae systematice proposita per clases, ordine, genera & species”, cuya primera edición se publicó en 1735. Los tres reinos naturales incluían las plantas, los animales y los minerales. En su décima edición de 1758, Linneo clasificó de manera definitiva a los seres humanos. Las obras científicas de aquella época tenían que publicarse en latín, lo que mismo que hoy en día tenemos que publicar en inglés si deseamos que nuestro trabajo tenga repercusión. Los tiempos cambian, pero las especies siguen escribiéndose en latín. Su nuevo sistema de nomenclatura binomial, que introdujo por primera vez en 1731, ha persistido hasta la actualidad.
La clasificación de los seres humanos en una especie más ya era en sí misma una clara transgresión de los principios dogmáticos de la religión católica ¿Cómo era posible que “El Hombre”, creado por Dios a su imagen y semejanza, fuera incluido entre los animales? Linneo tenía claro que no éramos ni plantas ni minerales, por lo que solo cabía pensar que perteneciéramos al Regnum animale. Sin saberlo, Linneo había creado el ámbito de la Antropología Biológica, que estudia las variaciones de los seres humanos, tal y como se hace con cualquier otra especie. Linneo fue incapaz de encontrar diferencias anatómicas destacables entre los humanos y otros monos. Su escaso conocimiento de los primates tan solo era debido a su lugar de nacimiento y a los países en los que desarrolló su investigación. Pero su estancia en Haterkamp (Países Bajos), donde se conservaban restos esqueléticos de diferentes especies, le permitió aprender algo sobre algunos primates. Las similitudes anatómicas de aquellos animales con los seres humanos llevaron a Linneo a clasificar al ser humano en el grupo de los Antropomorpha (con forma humana). Aquello significaba una traición a sus propias creencias y fue muy criticado por ello. Pero, ante todo, Linneo era un observador objetivo con propósitos científicos. A la postre, Linneo incluyó a los seres humanos dentro de la clase Mammalia y en el orden Primates. Linneo no se amilanó por las críticas, sino que se limitó a constatar que los seres humanos estaban situados en el mismo plano que otros animales y éramos similares a otros monos. ¿Habría creado Dios a esos monos también a su imagen y semejanza? Una buena reflexión para Linneo y una bofetada para los más puristas.
El naturalista sueco tuvo que recurrir a las capacidades cognitivas, como el lenguaje, el pensamiento, la creatividad, etc. para justificar que los seres humanos debíamos estar incluidos en una caja particular, bien diferenciada de las cajas en las que clasificaba a otros primates o a cualquier otro mamífero. Pero esas capacidades tenían que residir tal vez en un cerebro muy grande y no en el alma, como explicaba la religión católica. Es difícil imaginar la capacidad de Linneo para continuar su labor de clasificar a los seres vivos de la Creación, y su tesón por incluirnos como una especie más. “Hombre sabio”, si, pero animal al fin.
A pesar de que la labor de Carlos Linneo no ha terminado todavía (aún se siguen encontrando nuevas especies vivas), la genética ha revolucionado el concepto de especie, tanto de las vivas como de las extinguidas. Los límites de las cajas en las que se han incluido las especies se van borrando poco a poco. Aún las diferencias que nos hemos empeñado en encontrar para justificar nuestra singularidad se van diluyendo. Seguiremos por algún tiempo empleando las clasificaciones que conocemos en la actualidad. Pero el futuro de la taxonomía ya se encuentra entre nosotros. Las lenguas oficiales de la ciencia cambian, y los conceptos también.
José María Bermúdez de Castro
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