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Las primeras semanas de navegación en el Beagle fueron un verdadero suplicio para Charles Darwin. Las revueltas aguas del Atlántico solo eran aptas para marineros experimentados. Los mareos hicieron mella en su ánimo durante esos días, en los que apenas podía comer o mantenerse en pie. El capitán FitzRoy ya le había advertido de que podía abandonar la expedición en el primer puerto donde arribara el barco. Pero Darwin no podía permitirse ese fracaso y aguantó como pudo su adaptación a la dura vida en el mar. Fue incapaz de levantarse para ver las costas de Madeira cuando el Beagle pasó cerca de las costas de la isla. Al menos tuvo ocasión de ver la imagen nevada del Teide, cuando el barco fondeó cerca del puerto de Santa Cruz, en la isla de Tenerife. Darwin acariciaba el sueño de conocer la isla, de la que tenía noticias por los relatos del geógrafo alemán Alexander von Humboldt. Pero hasta la isla habían llegado rumores sobre la existencia de cólera en Inglaterra y las autoridades de la isla impusieron una primera cuarentena de doce días a los tripulantes del Beagle. Para el capitán FitzRoy era demasiado tiempo sin conseguir ninguno de los propósitos de la expedición y el barco levó anclas de inmediato con destino a las islas de Cabo Verde. Darwin, que se estaba recuperando gracias al clima más seco y templado de aquellas latitudes, sufrió una enorme decepción.

Dibujo del Beagle frente a las islas Galápagos. Obra artística de Geoff Hunt.

 

Pero la escala en las islas de Cabo Verde, próximas a la costa del continente africano, supuso el primer gran aliciente de los objetivos de Darwin. Era la primera vez que tenía la oportunidad de conocer especies inimaginables para una persona que había vivido toda su vida en Inglaterra. Sus mareos cesaron y la palidez se borró de su rostro. La emoción de ver por primera vez un paisaje tropical alejó sus pesadillas y su entusiasmo ya no le abandonaría en todo el viaje.

 

El viaje hasta las costas de Brasil fue mucho más plácido, con una breve escala en los islotes de San Pablo, a unas 500 millas marinas de la costa brasileña. La vida de estos islotes y la que rodeaba el barco en todo momento revitalizó por completo el ánimo del joven Darwin. Su excelente relación con el capitán FitzRoy y con toda la tripulación del Beagle contribuyeron a que su misión cuajara con éxito. Tendría que realizar disecciones, describir cuanto le llamara la atención, apuntar datos, y recoger ejemplares de todas las especies que pudiera recolectar, que serían enviados a Inglaterra en cuanto tuviera ocasión para hacerlo desde algún puerto de mar. El propio FiztRoy, excelente dibujante, ayudó a Darwin en más de una ocasión a plasmar sus observaciones en papel. También nos han quedado las maravillosas ilustraciones de Augustus Earle, el artista formado en la Royal Academy de Londres, que trabó una gran amistad con Darwin. Además de los increíbles paisajes, su mano de artista ayudó a dejar constancia de las observaciones de muchos de los ejemplares recolectados por Darwin. Por desgracia, su salud le obligó a regresar pronto a Inglaterra, donde falleció en diciembre de 1838.

 

Es difícil imaginar cuando empezaron a brotar las ideas sobre lo que algunos años más tarde terminaría por transformarse en el inició de la biología moderna. La biblia era uno de los libros de cabecera de Darwin. La aceptación sin debate de cuanto se decía en el libro sagrado tuvo que suponer un conflicto emocional importante en los pensamientos de Darwin durante toda la expedición. Sus conversaciones con el capitán FiztRoy tuvieron que volverse cada vez más conflictivas a medida que transcurrieron los años a bordo del Beagle. El duro temperamento del capitán y su fe ciega en las sagradas escrituras dejaban pocas opciones al debate. El liderazgo del FiztRoy era indiscutible. Sus modales eran habitualmente corteses con la tripulación, pero también sacaba a relucir su genio cuando era necesario. Su estado de ánimo experimentaba “dientes de sierra”, con momentos de euforia y entusiasmo alternado con días de melancolía y depresión. Su temperamento “bipolar” le llevaría al suicidio en 1865.

 

Por fortuna, el temperamento del capitán FitzRoy apenas influyó en los objetivos de Darwin. Su asombro por todo lo nuevo que excitaban sus sentidos dejó todo lo demás en un segundo plano. Es posible imaginar la fascinación de Darwin cuando descubrió el paisaje tropical de las costas brasileñas. Desde la ciudad de Río de Janeiro partió hacia su primera expedición tierra adentro. Descubrió la magnitud de los bosques tropicales, la exuberancia de las especies vegetales y el tamaño y enorme diversidad de las especies animales. Por primera vez fue consciente de la “lucha por la existencia” de esas especies, testigo de feroces encuentros entre ejemplares de especies distintas, o de las adaptaciones para el camuflaje de muchos animales. Todo esto no era sencillo de observar en su Inglaterra natal.

 

José María Bermúdez de Castro