Con un gran despliegue mediático, recibimos la semana pasada la noticia de las pinturas presumiblemente realizadas por los Neandertales en tres cuevas españolas: La Pasiega (Cantabria), Maltravieso (Cáceres) y Ardales (Málaga). Las tres cuevas se conocen desde hace muchos años y forman parte de itinerarios turísticos y visitas organizadas. Pero no todo lo que hay en esas cuevas se conoce con precisión, como ha demostrado el trabajo publicado por la revista Science, liderado por el geocronólogo Dirk Hofmann (Instituto Max Planck, Alemania).
Ante todo, me gustaría haber escrito una afiliación diferente para el Dr. Hofmann. Junto a otros dos jóvenes y eminentes geocronólogos, Hofmann perteneció a la plantilla del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana de Burgos (CENIEH) hasta 2013, la institución en la presto mis servicios desde su creación en 2004. Pero ciertos avatares, que prefiero obviar, hicieron que los tres se marcharan hace ahora cinco años del CENIEH. Los tres han realizado investigaciones muy valiosas desde entonces, que la ciencia española ya no puede reclamar al 100% para sus estadísticas de la I+D. Por fortuna, los tres geocronólogos dejaron lazos estrechos con científicos españoles, que ahora firman esos trabajos tan relevantes. Entre ellos, está mi buen amigo Marcos García Díez, uno de los mejores expertos en arte rupestre de España, cuya precariedad laboral en el ámbito de la ciencia clama al cielo.
Pero quiero dejar a un lado las reivindicaciones y centrarme en un asunto tan relevante como el que publica la revista Science. Aunque las pinturas no llevan firma, las dataciones realizadas a lo largo de varios años les confieren una antigüedad muy similar, en torno a los 65.000 años. Nuestra especie surgió en África hace más de 200.000 años, pero nunca se ha demostrado su presencia en Europa antes de 40.000 años antes del presente. En consecuencia, las pinturas fueron realizadas por los europeos de entonces: los Neandertales. No entraré en los detalles descriptivos de estas manifestaciones artísticas, que ya se han reflejado en los medios de comunicación y los/as lectores/as pueden encontrar en el trabajo original.
Durante su etapa en el CENIEH, Dirk Hofmann nos contó su enorme interés en datar las pinturas de las cuevas españolas. El agua cargada de carbonato cálcico y una cierta cantidad de uranio se escurre por las paredes de las cuevas vadosas, en las que ya no circulan corrientes de agua. Con el descenso del nivel freático, muchas cavidades permiten el paso libre de animales y personas. La humedad es elevada y el agua de lluvia se filtra en el interior de las cuevas, disolviendo la caliza y produciendo estalactitas y estalagmitas, suelos de caliza y capas finas de carbonato en sus paredes. Los isótopos del uranio del agua sufren alteraciones constantes con el tiempo, que pueden medirse con no poco esfuerzo técnico. En esto ha consistido el trabajo de Hoffman y sus colaboradores. Las pinturas de las paredes quedan en muchos casos cubiertas por una fina película de carbonato cálcico, que contiene los restos del uranio transformado por los años. Si hay suerte, el uranio contenido en el agua será suficiente como para obtener fechas consistentes. Las dataciones obtenidas en esas películas de carbonato son siempre más recientes que las propias pinturas. El trabajo de obtención de esas películas es muy delicado, porque las pinturas podrían quedar dañadas. Eso es lo que precisamente se ha evitado en La Pasiega, Maltravieso y Ardales, consiguiendo, además, dataciones fiables y consistentes.
Los estudios de paleogenética sitúan la separación de la genealogía de nuestra especie y la de los Neandertales en un máximo de 765.000 años (por el momento). Eso quiere decir que desde entonces comenzamos una historia evolutiva singular, que nos llevó a ser diferentes. Cualquiera de nosotros es capaz de distinguir un cráneo de Homo sapiens de otro de Homo neanderthalensis. Es más, apuesto qué con un mínimo entrenamiento, cualquiera de nosotros es capaz de clasificar con un 100% de aciertos algunos de nuestros dientes más particulares, como los incisivos superiores o los premolares inferiores. Así somos de diferentes. Sin embargo, un tiempo tan prolongado no fue suficiente como para evitar (casi al límite, según los expertos) que pudiésemos hibridar y dejar descendencia fértil. Ya sabemos que los eurasiáticos (pero no los africanos, que no salieron de África) llevamos en nuestro genoma entre un dos y un seis por ciento de genes procedentes de aquellos cruzamientos, seguramente esporádicos.
Esa posibilidad biológica supone que todavía compartíamos mucho en común cuando nos volvimos a encontrar. Aunque la forma del cerebro era diferente, es evidente que su potencialidad era muy similar. Hace 700.000 años no hay rastros de arte, o capacidad simbólica, por lo que hemos de asumir que ellos y nosotros llegamos a convergencias culturales impresionantes, una de las cuales acaba de ser revelada por la ciencia. Quizá la posibilidad de poseer un pensamiento simbólico es la característica más significativa de nuestra mente. Con ella somos capaces de elaborar conceptos complejos, tener un lenguaje muy sofisticado y crear. Me pregunto en qué estado mental de capacidad simbólica nos dejaron los neandertales para siempre. Uno de los autores de estas investigaciones, el Dr. Joao Zilhâo, siempre ha defendido que los neandertales y los humanos modernos pertenecemos realmente a la misma especie. Si eso fuera correcto, restaría una enorme cantidad de “magia” al trabajo que acaba de publicar la revista Science. ¿Qué mérito tendría entones el hallazgo presentado por él mismo y sus colegas? Lo más impactante de todo es reflexionar sobre el hecho de que dos poblaciones de homininos, separadas hace casi 800.000 años, fueran capaces de llegar por convergencia a una mente tan similar. Si ellos no se hubieran extinguido (probablemente por endogamia en una región de bajísima densidad demográfica), podrían haber sido quienes ahora mismo estuvieran investigando sobre una especie desaparecida hace tiempo: la que Carlos Linneo bautizó con el nombre de Homo sapiens. Habría sido un Linneo muy diferente, con un cráneo de forma distinto, más bajo y alargado, pero posiblemente de mayor tamaño.
Pero si se me pregunta por la trascendencia del hallazgo publicado por la revista Science, pienso que la historia de los neandertales comenzó a ser una gran historia en los inicios del siglo XX, cuando se descubrió el primer enterramiento de un esqueleto de Neandertal en el yacimiento de La Chapelle-aux-Saints, en Francia. Aunque pasaría mucho tiempo hasta que quedara certificada esa práctica funeraria por los Neandertales, es evidente que enterrar a los muertos con ofrendas y tal vez rodeados de flores, como en la inhumación del esqueleto 4 de la cueva de Shanidar, en Irak, tiene un significado simbólico extraordinario. Estoy convencido de que las pinturas de La Pasiega, Maltravieso y Ardales son la punta de un iceberg muy profundo y que las noticias sobre una cultura muy compleja, desarrollada por la mente de los Neandertales irán llegando poco a poco.
José María Bermúdez de CastroJ
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