El Museo de la Evolución Humana de Burgos nos muestra durante varias semanas una magnífica exposición temporal sobre los leones del Pleistoceno del hemisferio norte. La inmensa mayoría de los europeos hemos podido contemplar leones en parques zoológicos. Pero nos resulta extraño pensar que hace tan solo unos pocos miles de años, podíamos ser víctimas de los leones que habitaron buena parte de Eurasia.
Los primitivos leones (Panthera leo fossilis) habitaron Europa durante el Pleistoceno Medio, y quizá llegaron a estos parajes al mismo tiempo que los humanos portadores de la tecnología achelense. Con ellos coexistieron, quizá compitiendo por algunas presas de gran tamaño, como los megaloceros (ciervos gigantes) o los rinocerontes lanudos. Las pinturas de las cuevas y las estatuillas realizadas por los miembros de nuestra especie nos muestran el respeto, quizá la admiración que despertaron en nosotros aquellos imponentes animales.
Los leones del hemisferio norte fueron derivando genéticamente de los leones africanos y su aspecto, aunque parecido, llegó a mostrar diferencias en el tamaño, en el peso, la forma del cráneo y casi con seguridad también en el pelaje. Los leones del hemisferio norte se han clasificado en varias subespecies, puesto que su distribución geográfica se extendía desde la península ibérica hasta el extremo más oriental de Siberia. De ahí que se hable con frecuencia de los leones de las nieves, bien adaptados al frío extremo de las épocas glaciales. Algunos especialistas consideran que estos leones deberían tener un nombre propio de especie, Panthera spelaea, mientras que otros expertos solo reconocen varias subespecies de la especie Panthera leo.
Dejando a un lado cuestiones sobre su clasificación, es interesante saber que los llamados “leones de las cavernas” llegaron a vivir hasta finales del Pleistoceno, hace unos 11.000 años. Es posible que el frío extremo de la última gran glaciación de este período terminara con su hegemonía de gran predador. También es posible que algunos grupos persistieran durante el Holoceno hasta tiempos relativamente recientes, cuando la extensión demográfica de nuestra especie todavía dejaba grandes espacios para la existencia de los grandes y medianos carnívoros.
Aunque el sobrenombre de “león de las cavernas” nos lleva a pensar que estos animales tenían su guarida en el interior de las cuevas, lo cierto es que vivían al aire libre, como sus primos africanos. Lo mismo que sucede con las especies humanas de aquella época, sus restos se encuentran fosilizados entre los sedimentos que rellenan las cuevas. De otra manera no se habrían conservado. Este hecho nos lleva a la falsa impresión de que nuestros ancestros eran trogloditas y que los leones vivían en cavidades. Pero también es cierto que los humanos aprovecharon las entradas de las cuevas (un recurso relativamente escaso) y los leones pudieron hacer lo mismo para devorar a los osos en plena hibernación, o quizá para resguardarse de las condiciones extremas. Esto es lo que pudo suceder con el conocido “león de Arrikrutz”, el esqueleto de león más completo y mejor conservado de la península ibérica, cuyos restos en conexión anatómica aparecieron en el interior de una gran cavidad.
Este ejemplar, que se muestra en la exposición del Museo de la Evolución Humana, fue descubierto por Iñaki Zubeldia en 1966 y estudiado por el experto paleontólogo Jesús Altuna. Merece la pena contemplar este esqueleto, que pudo pertenecer a una hembra. Las diferencias entre machos y hembras (dimorfismo sexual) era mayor que la que se observa en los leones africanos. El esqueleto de Arrikrutz nos habla de un ejemplar de unos 250 kilogramos de peso y una alzada hasta la cruz de unos 120 centímetros. Los machos de Panthera leo spelaea llegaron a pesar más de 300 kilogramos, con una longitud de tres metros entre el hocico y la cola. El estudio de su biomecánica locomotora concluye que posiblemente eran más veloces y ágiles que sus primos actuales de África. Haciendo un poco de ciencia ficción, sería increíble que estas especies pudieran recuperarse gracias a la conservación de su genoma.
José María Bermúdez de Castro
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