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Frankenstein y la herencia genética del pasado

No hace tanto tiempo que la hipótesis de la Eva Negra se imponía en la literatura científica. La especie Homo sapiens se habría formado en África y solo en este continente, a partir de una única población madre subsahariana. Puesto que esta hipótesis nacía como alternativa al origen de nuestra especie en cualquier lugar de África y Eurasia (origen multirregional), no admitía en ningún modo la posibilidad de hibridación con las poblaciones que se extinguían ante el avance incontenible de las poblaciones modernas.

Retrato del “monstruo de Frankenstein”, por Dick Bobnick.

Pero el gran logro de obtener ADN de diferentes poblaciones extinguidas, incluidas la más antiguas de nuestra especie, ha tenido la virtud de matizar la hipótesis de la Eva Negra. Tras nuestra separación de las respectivas genealogías que darían lugar a neandertales y humanos modernos, se sucedieron una serie de cambios genéticos sustanciales. Esos cambios podían adivinarse estudiando la morfología de huesos y dientes fósiles. Las diferencias entre Homo neanderthalensis y Homo sapiens eran muy patentes. En consecuencia, asumíamos que la divergencia genética también habría sido suficiente como para impedir la hibridación entre los miembros de las dos especies. Ese fenómeno quedó únicamente en la imaginación de escritoras como Jean Auel (El clan del oso cavernario). Sin embargo, la investigación sobre el genoma de neandertales, denisovanos y de los humanos de la Sima de los Huesos de Atapuerca se ha encargado de dar la razón a los novelistas (¡curiosa lección!).

Una vez confirmado que existió hibridación entre los humanos modernos y los neandertales, la lógica de la ciencia llevó a plantear que la separación entre las dos especies pudo ocurrir hace como mucho 400.000 años. Ese período de tiempo tan corto explicaría la compatibilidad de los respectivos genomas de neandertales y humanos modernos. Y todo ello a pesar de las advertencias de los paleontólogos, que sabíamos que los neandertales ya estaban bien diferenciados en ese momento. Los humanos de la Sima de los Huesos tienen una antigüedad de 430.000 años y muestran un repertorio notable de rasgos neandertales. Estábamos convencidos de que la separación habría que llevarla hacia atrás en el tiempo, como publicamos en varios artículos científicos. Por el momento, los genetistas ya admiten un rango de separación de las dos genealogías, que nos haría retroceder hasta los 765.000 años.

El escenario de la evolución de nuestra especie se fue complicando. Se admitió que las poblaciones de Eurasia podíamos haber heredado hasta un 4% de genes de origen neandertal. Los hijos de esos cruzamientos habrían sido fértiles y habrían dejado un rastro reconocible en el genoma de las poblaciones actuales. Los genes neandertales interesaban al sistema inmune, a la piel, a la posibilidad de vivir en regiones elevadas, o la facilidad para tener ciertas enfermedades como la esquizofrenia o el mal de Crohn. Ese porcentaje puede parecernos muy pequeño. Pero las cifras que se manejan pueden deberse a dos factores. En primer lugar, es posible que hayamos perdido parte de esa herencia con el tiempo, que se ha diluido en una población de 7.000 millones de personas. Además, los neandertales se encontraban en franco retroceso demográfico cuando los humanos modernos ocuparon sus territorios y las hibridaciones no habrían sido muy frecuentes.

La complicación se incrementó cuando supimos que los denisovanos (primos hermanos de los neandertales) también habían dejado su huella genética en las poblaciones humanas reciente, particularmente en las de los aborígenes de Papúa Nueva Guinea, Melanesia y Australia. Pero parece que no todo termina con esta información. La semana pasada se publicó un artículo en la revista Nature Communications firmada por Mayukh Mondal, Jaume Bertranpetit y Oscar Lao. Los dos últimos investigadores pertenecen a la prestigiosa universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Los tres genetistas han explorado el genoma de las poblaciones actuales de Asia y Oceanía que, según todas las estimaciones tienen un mayor legado genético del pasado. Sus análisis, realizados mediante complejos modelos estadísticos, concluyen que pudo existir una tercera población desconocida implicada en los procesos de hibridación del Pleistoceno. Esas poblaciones serían portadoras de genes heredados de una población también relacionada con neandertales y denisovanos, y anterior a la separación de estos humanos.

El último trabajo publicado por la revista Nature en agosto de 2018, en el que se nos refería el cruce de un padre denisovano y una madre neandertal, se proponía que estos dos grupos hermanos divergieron hace 400.000 años. Se confirma, por tanto, que los humanos modernos hemos podido recibir genes de poblaciones muy distanciadas de nosotros en el tiempo, que pudieron vivir en cualquier región de Eurasia muchos miles de años.

Es importante no confundirse. El genoma humano actual es fruto de la evolución de especies que se pierden en la noche de los tiempos. Pero esa evolución nos ha procurado un patrimonio genético incompatible con esas especies ancestrales ¿Hasta cuando podemos retroceder en el tiempo para encontrar especies capaces de hibridar con nosotros y dejar descendencia fértil? ¿Tal vez 800.000 años? ¿Quizá pudimos hibridar con alguna población de Homo erectus, Homo antecessor, Homo heidelbergensis….? Nuestra exclusividad, unicidad o cualquier otra cualidad que nos atribuyamos ha perdido ya todo sentido. De alguna manera somos un poco como ese personaje de ficción creado por el doctor Víctor Frankenstein (Mary Shelley, 1818), que ha resultado de un complejo proceso evolutivo, todavía en proceso de estudio.

José María Bermúdez de Castro

 

 

 

 

 

 

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